lunes, 5 de septiembre de 2022

Hay belleza.

Suena la alarma. Apenas ha comenzado a romper el día. Es lunes, y hay belleza, pienso.

Hay belleza en la sombra que ha inundado esta habitación. Hay belleza en la tenue luz que levemente— deja adivinar a través de la persiana que, ahí fuera, al otro lado, hay una vida que resplandece. 


Hay belleza.


Hay belleza en la torpeza que domina las primeras horas del día, en esas pausas inútiles que están colmadas de un presente que no termina de arrancar. 

Hay belleza.






Anoche, a pesar de toda la contaminación lumínica, nos dimos de bruces con al menos una veintena de estrellas ensartadas en el cielo. ¿Recuerdas? Yo salía del coche, distraída, con la mirada fija en el portal, y me urgiste a detenerme. 

-¡Mira arriba!

Arriba, había belleza...


Hoy el día sigue su curso, y aunque me he buscado de un modo incansable e inconsciente en el ruido y el trajín, no se me olvida que es en el largo silencio del alba cuando he intuido la magnitud de mi existencia.  Las urgencias del día a día secuestran de un modo casi mecánico cualquier minúscula posibilidad de percibir la magnificencia de cuanto y cuantos me rodean. 

Pero hay belleza. 


Hay una belleza oculta, silenciosa, camuflada...


Hay belleza. 

Inalcanzable. 

Porque he olvidado mirar. 

He de entrenarme en mirar arriba, al frente, a mis lados...

Hay una belleza capaz de salvarme, si me detengo a admirar.


" Y pienso, que solo la belleza puede salvar a los hombres, de los hombres." (Miki Naranja)


Anoche, fui un poco más feliz tras pararme esos tres minutos contigo a contemplar el montón de luceros, ansiosos por ser descubiertos.

- Creas belleza.- te dije al cabo de un rato.

- Ya estaba allí.

- Bueno, pero tú la desvelas. Existe belleza, porque tú la miras, la admiras.

- Ya estaba allí.-insistes con delicadeza.


Y miras. Y, con tu mirada, desvistes el tiempo de la urgencia y lo dejas así, desnudo, indefenso, despojado de cualquier futurible, desarmado ante el presente, presto a la belleza.

Una mirada de verdad advierte la belleza del ahora.



Mi mente, que hoy ha cogido más revoluciones de lo debido, se detiene ante este recuerdo. La brisa, a diferencia de anoche, es suave y agradable. Aminoro la marcha. Poco a poco, la belleza se va abriendo paso. Rozo la belleza, en cada pisada.


Hay belleza en esa flor que, desafiante, emerge del asfalto.

Hay belleza en el silbido del viento.

Hay belleza en el hogar que creas en tu mirada cuando me escuchas con todos los sentidos.


"Antes que leer sobre poesía, descubrir la poesía en la realidad que me ha tocado; antes que acopiar conocimientos acerca de la práctica del silencio, callarme todos los días, estén como esté la agenda y mi corazón. Antes que teorizar sobre el amor, poner la lavadora." (Jesús Montiel)


Hay una belleza, indescriptible, cuando me coges fuerte de la mano.

Hay belleza en ese momento en que, permaneciendo callado, eliges que la voz de la historia sea tu amigo, y no tú.

Hay belleza en tu espera. Tú, que no abandonas nunca el "espionaje de la luz" eres, sin afán de pretensión, faro de otros.


Hay belleza en tus errores. 

Hay una belleza única y sublime en tus errores. 

Y hay belleza, también, en este gazpacho que me has guardado.


Hay belleza en los acordes, lejanos, que se aventuran en un rumba flamenca,

enérgicos, apasionados, pero certeros y serenos. 

Y en estas notas del piano, en aquel cuarteto de viento-madera, 

en el timbre de esa voz...


Hay belleza. 


Hay belleza en tus dedos, tecleando frenéticamente sobre aquel proyecto,

en el modo en que, pensativo, te rascas la cabeza,

en ese bolígrafo, agarrado a toda prisa para apuntar un detalle,

pero sobre todo, en esa mirada que, de cuando en cuando, echas al post-it de la pared para que te recuerde lo importante. 




Hay belleza en tus heridas. 

Hay, y esto es extraordinario, una belleza profunda e inexplicable en la tristeza.


[Aun en la tristeza, se puede ser muy feliz.]


Hay belleza en esta incertidumbre que me empuja a Tí,

y en las certezas que, a su debido momento, me vas haciendo llegar. 


Hay una belleza que me acerca a Tí.

Y cuanto más cerca estoy de Tí,

más belleza hay.

Y cuanta más belleza hay, 

más me acerco a Tí.




- Creas belleza.- te digo.- Existe belleza, porque Tú la miras.

- Ya estaba allí.-me dices Tú también. 

- Quizá toda esta belleza sea por el modo en que Tú nos miras. 

- Quizá...


Nota al pie: la idea de asemejar la esperanza con el "espionaje de la luz" no es mía sino que leí esa expresión en un libro de Jesús Montiel y desde entonces no me la saco de la cabeza. 

sábado, 9 de julio de 2022

Nostalgia anticipada

Últimamente, las fachadas de Madrid me atrapan. No me acostumbro a esa sensación de caminar cada día por las mismas calles y descubrirlas nuevas ante mí, con la mirada de quien recorre esta ciudad por primera vez. 



Mi etapa en Turín fue un adiestramiento en la búsqueda continua de la belleza, aquélla que vive en el día a día, camuflada. Aprendí a escoger siempre aquel camino más bonito, a disfrutar a cada paso, empapándome de todo, y a no escatimar en investigar nuevos recorridos que, aunque me demoren 10 minutos de mi destino, desempolven mi mirada.


Tengo la firme convicción de que todo aquello que aprendemos de niños, cala de tal forma en nosotros que antes o después sale a la luz: el sentido del asombro, el descubrimiento de la belleza, la curiosidad desmedida, la búsqueda de la trascendencia...

Pasan los años y, quizá, vayamos cubriendo el alma de capas, olvidando lo que fuimos, somos y seremos, hasta que un día algo nos despierta y esos compartimentos del alma que parecían cerrados a cal y canto comienzan a desbloquearse.


Es ahora cuando empiezo a reconocer el valor de tantos paseos dados de niña, a veces silenciosos, necesarios para acallar tanto ruido interno; otras llenos de conversaciones, banales o no, pero siempre importantes porque me animaban a salir de mí misma y mirar al otro, mirar en derredor, admirar todo aquello que no merezco y me ha sido dado. Creo que empiezo a entender de qué manera esos poemas leídos en voz alta, esos relatos que me mostraban la cotidianeidad con su infinidad de matices, y esas melodías antiguas de fondo, han influido en mi manera de entender el mundo. 


He sido consciente de ello cuando, descubriéndome en la oscuridad más profunda, mi alma ha sabido que su refugio, el último bastión, quizá el último modo de volver a casa, era la belleza.



Últimamente, las fachadas de Madrid me atrapan, y no puedo evitar pararme a cada paso y disparar la cámara de mi móvil con la esperanza de retener para siempre la imagen que tengo delante de mí. Y, aunque el talento no me acompaña, estas fotos "defectuosas" me sirven de boceto para dibujar mis recuerdos.


- Cada vez que veo que has subido otra foto de una fachada me da una pena... Me recuerda que te vas.- me dijo el otro día una amiga.


Y es cierto. Siento, quizá, nostalgia anticipada.

Cada día paso por las mismas calles, cada día esas calles son nuevas para mí.

Estas fachadas rompiendo el cielo, este laberinto cromático que intuyo en el horizonte al asomarme por una esquina, los jardines verticales, los contrastes... Siempre y nunca los había visto.



Mi vida madrileña tiene un límite, un "deadline", un "hasta pronto", y saberlo con anterioridad es, quizá, el mayor regalo que podría haber recibido.


Nunca antes había paseado con una intensidad tal por Madrid. Nunca antes mi mirada se había provisto de tanta belleza.

sábado, 26 de diciembre de 2020

Relato de un gorrión

Sigo aquí. Como cada mañana, he venido a nuestro tradicional encuentro. He volado esas distancias que tú hoy no recorres para no faltar a la cita. Estoy aquí.

Canto. Canto, quizá, mas alto que ayer. Y te observo. Hace unos meses no alzabas la mirada, no sonreías, nada. No pasa nada. Yo seguía aquí.

Una nueva mañana. Un nuevo día. Y volvía a alzar el vuelo. 

Hoy, una vez más, he venido a buscarte. Poso mis patas sobre la farola que da a tu ventana y te miro. ¡Qué frío hace! Hoy, sí, vuelves la mirada hacia mí, yo doy unos pequeños saltos sobre el sitio, y un escalofrío recorre mi insignificante cuerpecillo al contactar con el gélido metal. Tú sonríes. 




Picoteo un poco la estructura, haciendo ese ruido que tanto te exaspera, y vuelvo a mirarte. Tú sonríes más. Algo está cambiando, y eso me llena de júbilo. 

Hace unos meses, ni siquiera me veías. Mirabas a través del cristal, pero nada, nunca me veías. Siempre distraída, con la mente lejana, llena de nubes entre las que no podía revolotear. Hemos pasado una primavera extraña, muy callada, dormida, apenas interrumpida por unos aplausos en el balcón desde los que se asomaba un trocito de vida. Y yo, cada día, pese a mi desconcierto, venía a verte, volando sobre las mismas calles, los mismos parques... a pesar de tu ceguera, volvía. 

A veces, vengo varias veces al día, aunque tú no siempre te das cuenta. El sol calienta estos recodos y la brisa es agradable. Pero, aunque no fuera así... vendría. 

Hoy, tus ojos se posan en mí y sonríes, como si me descubrieras por primera vez. Y siento todas tus dudas, tus miedos, reuniéndose en tropel en tu mirada, y descomponiéndose al contemplarme. Siento tu alivio, que es el mío también.  

Canto mi melodía, como de costumbre, justo en el momento en que pones tu cronómetro a cero y repites uno de tus temas de derecho. Vuelvo a dar brincos sobre el sitio, entusiasmado por haber recuperado nuestra complicidad. 



Es algo que no deja de sorprenderme, el sinfín de detalles diarios que, aunque no siempre soy capaz de advertir, recibo gratuitamente cada día. Es algo extraordinario, intuir esa manera tan imprevisible y excepcional en la que somos cuidados, amparados.

A través de todo, y por todo, a este año tan singular: gracias. 

jueves, 11 de junio de 2020

Haz de luz

A veces, vuelvo a tí. Quizá 2 o 3 veces por semana, bajo a verte, a encontrarme contigo, en aquella barandilla desde la que tantas veces vimos caer el sol y esconderse en el horizonte de la salina. 





Hoy, he vuelto a bajar, a cruzar todas estas provincias que físicamente me separan de ese pequeño trozo de valla sobre la que puedo apoyar todo el peso de mi cuerpo, que no es reflejo sino de todo el peso de mi mente, y de mi alma, que a veces necesitan descansar.

Hoy he vuelto a tí, porque tu fase 3 y mi fase 2 de la desescalada no son impedimento para encontrarnos. A fin de cuentas, rara vez hemos estado en la misma fase, y sin embargo, nunca hemos estado tan cerca...

Hoy te traigo un poema, uno de Miki, ése Miki, sí, Miki Naranja. Lo leí hace semanas, y apenas un par de versos se engancharon a mi mente y no cesan en su empeño de repetirse constantemente en mi memoria, a cada minuto, en cada pensamiento, ahí están:

"Y pienso, que únicamente la belleza puede salvar a los hombres de los hombres."

Los días son raros ahí arriba. Cada día salen una o dos noticias que nos enfrentan a todos como sociedad. A veces es un poco frustrante. No nos entendemos, quizá, porque no nos escuchamos. En el Congreso de los Diputados se ladran unos a otros en unas infructuosas sesiones de control, y eso da un poco de miedo. Estamos en manos de un grupo de personas que, en su mayoría, no saben muy bien que la política es servicio y no soberbia. 

Los días son raros, por eso he bajado aquí, hoy necesitaba soltar un poco, aflojar, dejar entrar aires nuevos... 

Sigo el rastro de la luz, que forma curiosas sombras bajo el puente. Ya estaba ahí la última vez que estuvimos, juntos, en la misma fase. A veces, me gusta pasear cerca de él, detenerme en el detalle de la piedra, que ha ido adquiriendo un nuevo tono con el paso de los años, y te recuerdo ahí, con tu espalda apoyada sobre la hendidura, alzando la mirada al cielo con los ojos cerrados. 

"Sin lo invisible, no veríamos nada" (Bobin)  

El murmullo del agua es más intenso en este lado, acalla el incesante parloteo de mi mente para demorarme precisamente en este rumor, atenderlo, y penetrar en él hasta que me envuelve toda. 

Aquellos versos que te comenté al principio vuelven a mí:

"Y, pienso, que únicamente la belleza puede salvar a los hombres de los hombres."

Pin en la vida es bella

Yo no tengo la solución a la pandemia, ni sé cuál es la receta mágica que va a salvar a España (y al resto del mundo) de la crisis económica (con toda la problemática social que ello conlleva) que empieza a aflorar. No creo ser mejor que aquellos respecto de cuyos actos, no tengo una opinión precisamente favorable. Nunca he llevado ni llevaré sus zapatos. Ellos tampoco llevarán los míos. No llevarán los zapatos de José, ni de Marichu, ni de Carolina. Pero, sus actos, sus modos, sí que tendrán repercusión sobre José, sobre Marichu, sobre Carolina... A veces, me pregunto si son conscientes, si algún día lo fueron y se les olvidó.

Paso por encima de la valla y me dejo conducir hacia el recoveco aquel donde solía sentarme, justo bajo la fractura del arco, sintiendo la presión de los guijarros sobre mis manos mientras me hago un ovillo y me acomodo. Si miro al este, la mitad de tu espalda forma parte del recuadro derecho del paisaje, y eso me gusta. Un poco más arriba contemplo tu cabeza, apuntando al cielo, que a veces se gira hacia mí y me sonríe. Siempre me animabas a salir de mi escondite, liberar el paisaje de ese marco de piedra que se dibujaba desde aquí abajo, ampliar mi perspectiva... Pero eso habría significado perderte a tí en la imagen, y yo no sabía cómo decirte que, sin tu espalda limitando mi visión, la belleza era menos belleza. Suelo quedarme sin decirte muchas cosas, suerte la mía, que hasta en mi silencio, escuchas. 

Yo no sé nada, pero sí sé que todos, alguna vez, necesitamos ser salvados, incluso de nosotros mismos, quizá por eso estos versos se han enganchado a mi mente. Y, aún así, cada día son nuevos para mí.





sábado, 28 de marzo de 2020

Sólo lo que suma

Ayer nevó en Madrid. No había aún amanecido el día por completo y ya veíamos los copos de nieve tras el cristal, fundiéndose con el sólo contacto de la acera, etéreos, efímeros, ligeros...



Después de desayunar y de enfocar un poco el día, me senté ante mi escritorio dispuesta a estudiar unas cuantas horas. Nevaba, y aunque las calles estuvieran desiertas, aunque no pudiéramos sentirla sobre la cara, aunque estuviéramos resguardados del frío y lleváramos 15 días sin haber pisado la calle, nevaba... Y eso siempre es motivo de asombro.

En las casas de enfrente, el día suele amanecer más tarde, y me gusta observar como la luz de una ventana sigue a la siguiente, y a la siguiente, y a la siguiente... hasta iluminar todo el edificio. La vida sigue, más allá de nuestras casas, la vida sigue. 

Quizá pensemos que el mundo se ha parado. Y es cierto, en muchos sentidos se ha parado. Pero todos los días sigue amaneciendo, y todos los días un niño da sus primeros pasos, otro aprende a leer, otra persona se conmueve con el gesto de alguien de su familia, y otra levanta el telón y comienza a admirar, al fin, todo lo que en esta vida le ha sido dado, todas las personas que permanecen, todo ese cariño expresado en cosas tan ordinarias que habíamos dado por sentado.

Me gusta pensar que, a pesar de tanto dolor, de tanta incertidumbre sobre el futuro, de esta ansiedad que antes o después nos va llegando a todos con el paso de los días... Me gusta pensar que, a pesar de todo, y quizá por todo esto, estamos aprendiendo a mirar y a admirar todo aquello que día a día hemos mirado con la soberbia del que cree tener derecho a todo.

Ayer nevó. Y después del desfile de luces les vi salir. Desde la lejanía apenas podía adivinar esa sonrisa infantil, acelerada y nerviosa, esos ojos chispeantes, esa actitud de fascinación, mientras sus labios dejan escapar lo evidente "Mira, ¡está nevando!". Sonrío, y vuelvo a mis apuntes. Pero a los dos minutos mi mente ya está dispersa, y traspasando estas paredes recuerda esas mañanas de recreo en el colegio cuando apenas habían caído cuatro copos y nos lanzábamos bolas de nieve, con barro, probablemente con mucho más barro que nieve... Y, sobretodo, recuerdo los paseos por mi querida Turín... ¡aquello sí que era nieve! 

No importa, volverá a nevar, volveremos a salir a la calle, volveremos a hacer muñecos de nieve, a enfadarnos por los atascos de la M-30. Todo eso, antes o después, volverá.

Ayer nevó, pero hoy, volvió la primavera. 



Después de 10 días sin haber cruzado el umbral de la calle, hoy al fin pude salir a comprar. La calle: desierta. Apenas me crucé con 3 personas, con las que intercambié una mirada cómplice y casi de disculpa. Estos días salir a la calle y sentirse un criminal es algo que viene de serie, no lo podemos evitar. 

Al salir del supermercado, decido atravesar ese parque tan empinado que solemos evitar, precisamente, por lo empinado que es. Hoy necesito engañarme un poco y hacerme creer que estoy en el campo, así que dejo de lado el camino de la acera y escalo esos montículos de tierra que me elevan por encima de la calle y me dan una panorámica del barrio preciosa. Lleno mis pulmones de aire y miro las 4 torres de Madrid, en el horizonte, escondidas entre toda esta arboleda, reflejando un sol que empieza ya a esconderse para dejar paso a la noche... 

Y de pronto, paz. Me dejo embriagar de una absoluta tranquilidad y confianza. Todo está bien. Ya no tengo miedo, ni rabia, ni pena. Ese sosiego que me acompaña a ratitos durante el día y otras veces me abandona, me asalta de pronto en toda su inmensidad y borra cualquier cosa que estos días me pueda haber estado restando... 

Al final del parque, una hilera de arboles adornados con unas flores del color de la buganvilla me obliga a demorarme, no recordaba haber visto una flor así nunca. Me detengo bajo uno de los arboles para observarla mejor. ¿Será posible, que siempre haya estado ahí y nunca me haya llegado a dar cuenta?

A veces es así. No nos damos cuenta, pero la vida va avanzando, seamos capaces de verlo o no. Sigue su curso, a un ritmo que no necesariamente ha de ser el que nosotros queremos imponerle. Avanza al ritmo que debe y que conviene. 

Finalmente, de vuelta a casa, y parece que poniendo el broche a este instante de lucidez que me ha sido dado, vuelven a mi mente esas palabras que ayer nos dirigió el Papa Francisco a raíz del Evangelio, en esa Plaza de San Pedro tan desamparada: ¿Por que tenéis miedo? ¿Es que aún no tenéis fe?


sábado, 12 de enero de 2019

Sine sole, sileo

Nadie, y hablando en términos muy genéricos, habla de la soledad


Nadie repara en la importancia de esa soledad que traen los días consigo, ese momento en que te despiertas por la mañana y te quedas mirando al infinito. Sola, callada, completamente absorta en unos pensamientos de los que no eres consciente y que pasean por tu mente sin artificio alguno. Tan sólo sientes tu respiración, tu pecho que sube y baja al ritmo de tus inspiraciones, los músculos que te piden estirarse o volver de nuevo a la posición fetal, bajo el edredón si es posible, cerrar los ojos, fin.

Nadie habla de ese minuto heroico en que metes los pies en las zapatillas, te colocas por encima a medio atar la bata, y caminas unos pasos a la cocina para coger la taza y esperar en el más placentero de los silencios a que el microondas caliente el café.


Nadie habla de esa paz, ese sosiego, que tienen los primeros minutos de reflexión por la mañana, de oración, meditación, llámalo "x", que son en gran medida lo que somos, lo que nos define. Son el potencial de lo que podríamos ser, nuestra hoja de ruta, y que tendremos que construir a medida que avance el día mediante decisiones. Esa buena cara en el trabajo, o en el estudio. Ese ceder el asiento en el metro. Esas pequeñas renuncias del día a día que demuestran que no somos sólo carne sino también alma, que no sólo sentimos sino que también decidimos.

Menospreciamos el valor de esos pensamientos, esas cuestiones, que cruzan por nuestra mente cuando escuchamos conversaciones en las que la prudencia nos invita a callar, pero en las que por dentro libramos todo un debate que tarde o temprano querremos zanjar, quizá sobre un papel, con la intención de aclarar las ideas, de entender el porqué pensamos las cosas, de por qué actuamos de un modo y cuál es la importancia de actuar así.

Nadie habla de esas sonrisas que esconden las pocas ganas de dar explicaciones acerca de algo que sientes que va mal en tu vida, algo que te hace sufrir, que te duele, que te preocupa, qué se yo.



Se rechaza la trascendencia que tiene en nuestra vida el silencio, la soledad, en el buen sentido de la palabra. Conozco gente incapaz de comer sola, incapaz de ir sin compañía a algún sitio, de hacer planes que no sean multitudinarios sino sencillos encuentros personales para cultivar la amistad particular, la confianza que no se forja sino en entornos cómodos, seguros. Conozco personas que siguen pensando que el quedar requiere necesariamente de un motivo, cuando no creo que haya mayor prueba de amistad que el pasar el rato, sencillamente eso, esas personas con las que puedes pasar el rato sin necesitar un tema de conversación tras otro. Esas personas con las que sencillamente estás, con las que solamente "eres".

Nadie habla del silencio o de la soledad como instrumento de mejora en nuestra vida. Vamos frenéticamente tachando objetivos de nuestra lista y escribiendo nuevos retos que nos lleven a ser la versión de nosotros que pensamos que debemos ser, que quieren que seamos, que encaja en esta sociedad. Nadie habla de ese momento en que todo te estalla y te das cuenta, de que no te conoces en absoluto, de que la persona que eras hace 12 años y la que eres ahora son muy distintas porque, gracias a Dios, has vivido nuevas experiencias que te han hecho crecer pero que no estás permitiendo que te edifiquen. 

Nadie se para a pensar que puede tener defectos en lo que antes eran sus virtudes, así como virtudes en lo que antes eran sus debilidades. Nadie se para a pensar que estamos aquí para mucho más que hacer cifras en una empresa hasta las 2 y media de la mañana y comer costillas los sábados en un restaurante caro. Nadie suele contar que estamos necesitados de silencio y de soledad, así como de salir a bailar, hablar durante horas con amigos, conocer gente nueva, o cantar, que necesitamos un equilibrio. Seguimos con la idea del ideal extrovertido y lo llevamos al extremo.



Nadie reconoce, y es la mayor verdad de este post, que el descanso es necesario, que cuando cae el sol, callo. Sine sole, sileo.

sábado, 20 de octubre de 2018

Pasos de baile


Cuentan,
de una niña
que no sabía bailar.

Pintaba,
caminaba,
saltaba...
Pero no sabía bailar.

Cuentan,
de un niño,
que no sabía bailar.

Escribía,
planchaba,
dibujaba...
Pero no sabía bailar.

Cuentan que una noche,
saliendo los dos del metro,
se cruzaron en un pasillo y,
sin mirarse a los ojos
Empezaron a bailar.


Miraron al suelo,
y se movieron a la derecha.
Volvieron a mirar al suelo,
y se movieron a la izquierda.
Alzaron la vista
Muy cerca el uno del otro

Sonrió él.
Sonrió ella.
Era una noche de otoño,
de pies fríos y corazón calmo.
Y empezaron a bailar.